lunes, 28 de marzo de 2016


De nuevo acude a este rincón del Vademecum, Benita Ferro Viñas, con  una entrada para la reflexión en torno a  la autonomía personal de nuestros usuari@s y las circunstancias y dilemas que nos surgen en el tratamiento de la información que nos transmiten.

Con las verdades invisibles que reseña en su artículo, ocultando  a veces realidades incómodas, los silencios cómplices que pueden  surgir en el proceso de intervención y el compromiso ético en torno a las autonomías decisorias de nuestros usuarios, Benita nos deja servido un importante debate.

            Gracias Beni por tu aportación y ayudarnos con ella  a "salir de la zona de confort" para cuestionar y cuestionarnos.


 LA AUTONOMÍA INFORMATIVA EN LA ENCRUCIJADA ÉTICA: 
 LAS VERDADES INVISIBLES



La época primaveral es el momento idóneo para depurar toxinas éticas y sugerir soportes visuales terapéuticos y reflexivos en la gestión de la autonomía personal del usuario en el proceso de intervención social.
El tratamiento de la autonomía informativa del usuario de servicios sociales puede ser un hervidero de conflictos éticos en la práctica del trabajo social. Incluso podemos llegar a ser cómplices los profesionales de un silencio que puede llegar a ocultar una verdad incómoda; y esto no es un thriller, aunque presente matices de intriga y cierto suspense.
La autonomía informativa presupone al  usuario como agente activo y dinámico en la intervención social; pero en la práctica del trabajo social nos surgen conflictos éticos a los profesionales en relación con esta presunción. Uno de los más cotidianos se presenta cuando intervenimos con personas discapacitadas sociales, es decir, personas que no presentan patologías asociadas para ser reconocidos como discapacitados y son perfectamente conscientes de la realidad, pero sí carecen de algunas habilidades para autogestionar sus decisiones vitales.  El dilema  que se nos presenta surge con la siguiente pregunta: “¿cuestionamos nosotros  su autonomía, o tomamos la dirección contraria a nivel ético y metodológico y promovemos su capacidad de decisión?  La opción más compleja para el profesional es la segunda y supone al mismo tiempo un reto ya que implica salir de la zona de confort y descubrir las infinitas posibilidades de la zona de aprendizaje en la intervención social; sirviendonos así  de  apoyo reflexivo y terapéutico liberador de toxinas éticas preconcebidas, siendo además promotor de cambio en los esquemas rígidos e inflexibles. Os propongo como soporte visual  la película Patch Adams, "El médico de la risa, (1998) 
             Pero la toxicidad ética puede seguir aumentando cuando recogemos y sintetizamos  la información confidencial del usuario, al entender que su autonomía nos condiciona a la hora de resumir y contrastar la información que a él le compete. En estos casos, puede dispararse el nivel de toxinas, si no se contrasta adecuadamente la información por diversos motivos, o incluso llegamos a ser cómplices de la denominada "Conspiración de silencio"(2014), título de la película que os sugiero  como  escenario reflexivo para este debate.

          Resulta evidente que las verdades invisibles pueden ocultar realidades incómodas, pero es un compromiso ético y moral de los profesionales del trabajo social reflexionar y visibilizar esta información para conseguir consolidar prácticas que refuercen la autonomía decisoria del usuario en relación con su información personal, desterrando enfoques más tradicionales en los que la información tiene un valor meramente instrumental.


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MAREA NARANJA

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